Mami(h)abi
Tocó con su mano derecha la placa en bronce, sonrío.
Arrodillado en el césped, Rodrigo, registró su bolsillo y sacó un papel. Respiró profundo buscando el
aliento y comenzó a leer…
Mami
habi, ha pasado el tiempo y todavía te
extraño. Siempre invoco tu nombre
mientras cocino. Después de todo fuiste tu quien me enseñó a cocinar. Rompí con las reglas de que la cocina era
tarea de mujeres. Siempre me gustaba estar entre las cacerolas, el adobo y la diversa mezcla de olores. Contigo
aprendí a distinguir las hierbas aromáticas, experimentar diversos
sabores y hacer muchas recetas con las habichuelas. De ahí salió tu apodo,
habi.
Nunca fui
fanático de las habichuelas, no las comías de nadie excepto de tu mano. Mi
madre y mis tías siempre celaban por ello. Es que la verdad, a mami le quedaba
bien desabrida, a Titi Monín le quedaban muy saladas y a Titi Santa pues no
había forma de describir como le quedaban.
Eso si, yo era el único que sabia tu secreto de echarle plátanos, papas
y calabaza para que estuviesen bien
espesa con un toque dulzón. Mis primas
no me soportaban por que “disque” era el consentido. No es mi culpa que ellas
no tengan buena mano o una libreta con
tus recetas.
Recuerdo
la cena familiar de los viernes. Tú hacías cosas diferente y yo tomaba la libreta y escribía
la receta. Al principio no querías que escribiera de ellas, pero lo
hacia para recordar. La libreta fue un
gran salvavidas para atesorar tu esencia. Me la lleve cuando fui a estudiar en
Paris alta cocina y luego cuando me fui al Army en Texas. Tú estabas tan
orgullosa de mis logros. Al tiempo te
visitó el Alzhéimer, ese ladrón de
recuerdos y dejaste de cocinar. Mis tías tuvieron la tarea de cocinar los
viernes, pero la sazón no era la
misma. Tampoco eras la misma tú, ya no
sonreías como antes y siempre preguntabas quienes éramos.
Llegaron los eventos inevitables, ponerte en
un “hogar”, que te negaras a comer…Viajé
a visitarte, me dejaron cocinarte y según las enfermeras nunca te habían
visto comer con tanto gusto. Les dejé la receta en el “hogar” con el secreto de
preparar las habichuelas a tu gusto. Al despedirme me dijiste “Te amo mi
negro”. No paré de llorar recordando tus palabras. Fue la última vez que te
vi. No fui al entierro para recordarte tal como eras conmigo.
El
ejército me llevó a Alemania. Terminado mi servicio militar decidí quedarme en
Frankfurt. Habi, me enamoré de un hombre bello. Lo enchulé con la comida en
particular con las habichuelas. Me va
bien. Siempre pienso en ti, pero hoy más. Regreso a casa, a la cena
familiar. Presentaré a todos al
chico, no paran de llamarlo gringo, aunque es alemán. Me gustaría que estuvieras. ¡Me han pedido que cocine! Han admitido, por
fin, que saqué tu sazón. En especial las habichuelas.
Gracias, abuela.
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