Agarró la foto y comenzó a llorar. La foto de él junto a Pipo lo llevaba a un
pasado feliz que ya no existía. Lo conoció en una fiesta campestre en Cidra. Le
cautivó su acento cubano, pelo grisáceo y sus ojos verdes como las hojas de
menta. Pipo encontró atractivo a un
chocolate hecho hombre. Caminaron por diversos senderos y tuvieron
el primer beso exploratorio.
Matías atesoró ese beso mentoso, pues
Pipo, en sus ojos, era todo menta. Pasadas las semanas decidieron
explorarse en todos los aspectos y la
química se desarrolló explosiva, azúcar en el paladar. La relación sentimental
se dio de inmediato. Hicieron muchos planes, decidieron montar un negocio. Rentaron un local en el viejo San Juan y lo
transformaron en un restaurante: Hierba buena.
Olores y sabores caribeños fueron la propuesta. El trabajo arduo comenzó
a pasarle factura a ambos. La relación
ya no estaba funcionando y Pipo, alimonado, decidió terminar con todo.
Vendieron el restaurante y Pipo se mudó de nuevo a Miami. La jarra de mojito
era el nuevo consuelo de Matías, menta en la boca, el recuerdo del antiguo
local Hierba Buena, la disolución limónica. Tanto bebió Matías que apenas salía
ya de su apartamento. Sintió el abandono de sus amigos y la familia perdió
contacto. El desamor nunca se sobrevive ahogado en una jarra, pero así se la
pasó Matías. Buscando a su mentoso Pipo en la boca, todo menta, tristementa,
tristemente.
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