Días de lluvia me acuerdan a las sopas de mi abuela. Mi abuela tenía una capacidad enorme de hacer que sus sopas pudieran consolar a cualquier persona que las probara. El concepto de Caldo de pollo para el alma, ella lo aplicaba a la perfección. Verla cocinar siempre era un espectáculo. Le gustaba pelar las viandas, cortar la carne en pedacitos y sazonar el agua hirviente. La cocina se llenaba de un olor que abría el apetito al más desganado. Me acuerdo que en verano hacia sopa. Yo le decía ¿Como tú puedes hacer sopa con este calor? Ella me respondía “Ay mijo, manías de viejas, además es lo que hay disponible. Esto no es una fonda”. Me acuerdo sentir los sudores bajándome por la frente tanto por el calor como por la sopa. Eso si el sabor era único. Hacia revivir los ánimos si estabas decaído. Las sopas ayudaban en las conversaciones. Abuela era de las mujeres que se preocupaba por cada miembro de su familia. La cocina en cierta manera era como un confesionario. Todos nos reuníamos ahí para hablar de nuestras cosas personales con ella. Ella tenía la habilidad de escuchar con detenimiento. No era de las que emitía un juicio severo, simplemente permanecía en silencio. Una vez terminado, ella aconsejaba lo mejor a su entender. Las conversaciones después de las sopas siempre hacían efecto. Se de mucha gente que no le gustas las sopas, pero les aseguro si hubiesen probado la de mi abuela, su pensar hubiese cambiado incluso hasta Mafalda se vuelve adicta. Mi madre y mis tías adquirieron ese don de la cocina. Y las sopas que preparan son riquísimas, pero sé que ellas también extrañan las de mi abuela. Hoy al escuchar la lluvia caer me acordé de sus sopas. Tengo muchas formas de evocar su recuerdo, y las sopas son un ejemplo. Buen provecho
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