Algunos dulces...otros amargos... pero todos hacen lo que soy Yo !

Algunos Dulces... Otros amargos... pero todos hacen lo que soy Yo !

Wednesday, June 8, 2011

Pedazo # 14 Tinta del Sidario

Quiero compartir con ustedes una reflexión acerca del tema del SIDA. El escritor Ruben  Rios Avila leyó estas palabras en una lectura llamada, Tinta del Sidario, auspiciada por el colectivo Homoerótica, cual pertenezco. Agradezco que me haya dado permiso de compartir estas palabras con ustedes. Recuerden. el SIDA sigue siendo un tema controversial pero hay que hacerle frente para crear conciencia.. Sus palabras son poderosas e intensas. .

   


 A 30 años del SIDA

                                                  Para Moises Agosto


Cuando uno es puertorriqueño,  gay y tiene más de cincuenta años, es casi imposible no conocer a alguien que se te haya muerto de SIDA. El SIDA es la peste bubónica, la malaria, el polio, el Viet Nam de mi generación, una generación a la que le tocó defender con uñas esmaltadas y dientes afilados el derecho a lo que imaginábamos como una plenitud sexual  que la iglesia, el estado, la sociedad y la familia patriarcal nos habían denegado. Después de las luchas  de un activismo abanderado alrededor de Stonewall, un activismo que gravitaba de muchos modos alrededor de la discoteca, la sauna, la barra y el ligue al son de Donna Sommers y  Gloria Gaynor, nadie se imaginaba lo que venía. El SIDA nos llegó como un baño de agua fría, como un aguafiestas, y aquello se acabó como el Rosario de la Aurora. En los primeros años de la paranoia inicial, a comienzos de los ochenta, se identificaba el origen del síndrome con una causa volátil que cambiaba de mes a mes. La renuencia asesina del presidente Reagan a otorgar los fondos necesarios para combatir la infección produjo, no sólo una profunda desesperación, sino un oscurantismo medieval, tan virulento y letal como el mismo virus. Al principio le echaban la culpa a los poppers, luego se identificó un chivo expiatorio convenientemente indefenso: los haitianos, y se decía, incluso,  que el virus venía de Africa, porque “de qué otro sitio iba a venir”, que era “un castigo divino” para poner en su sitio a tanto maricón degenerado. Recuerdo también una noche, frente a Los hijos de Borinquen, en medio de la juerga y la dulce jodedera, cuando traté de darle un abrazo y un beso a una de mis mejores amigas y me apartó de forma brusca y cortante al tiempo que me decía, “¡pero no ves que yo soy madre y tengo un hijo que defender!”

Por esos años agonizaba Rock Hudson, acabado de regresar del Instituto Pasteur en Paris, y la prensa se preguntaba cómo era posible que se hubiera atrevido a besar en la boca a Linda Evans en Dinasty. Yo acababa de regresar a Puerto Rico, para enseñar en la Universidad, después de 10 años en Estados Unidos, donde había ido a doctorarme y a ser abiertamente gay en Nueva York. Volvía a mi país bajo el signo del SIDA. Regresé  convencido de que mi diagnóstico era cuestión de tiempo. Los que, como yo, tardamos una eternidad en hacernos la prueba del VIH,  esperábamos impacientemente la llegada de los primeros síntomas. Un moretón en el muslo, un sudor frío en medio de la noche, la pérdida de algunas libritas, bastaban para detonar el terror que nos gobernaba y nos acompañaba a todos cotidianamente. ¿Quién será el próximo?, se preguntaba cada cual. Hasta la llegada de los inhibidores de proteasa, un diagnóstico positivo se asumía como una segura sentencia de muerte.

Recuerdo cuando trajeron el AIDS Memorial Quilt al Roberto Clemente, una enorme colcha viajera, hecha de cuadrados de tela (el proyecto de arte colectivo más grande del mundo) que los amigos y familiares  de las víctimas remendaban con letras, cuadros o figuras alusivas a la persona que habían perdido. Era impresionante observarla desde las gradas, un collage multicolor descomunal cuajado de lágrimas y de lentejuelas. Para poder viajar a través de ella se hicieron veredas entre segmentos de cuadrados, de modo que pudiéramos movernos de un lado a otro del estadio. Recuerdo a tantos amigos y amigas paseando en silencio por ese laberinto sagrado, algunos de nosotros tomados de la mano, apenas sosteniéndonos. Me llamó la atención en particular el cuadriculado de Michel Foucault, escueto y luminoso, con la fecha de su nacimiento y de su muerte.

Por esos años regresó a la isla Manuel Ramos Otero, quien se había ido de ella a principios de los setenta para poder ejercer su abierta y honesta homosexualidad sin tapujos. Regresaba a su “otra isla de Puerto Rico” menguado y moribundo. Por aquel entonces era el editor literario de la revista cultural del desaparecido periódico El Mundo,  y Manuel me expresó su deseo de publicar en la revista uno de sus textos inéditos. Lo fui a ver al hospital  y en el proceso de preparar su texto para la publicación trabamos una amistad que atesoraré para siempre y que duró hasta su partida. Una de las tantas noches que iba a visitarlo a la sala para pacientes de SIDA del hospital Universitario, donde los tenían apartados del resto de los enfermos, como si fueran parias,  me encontré en el cuarto de al lado, moribundo también, a Chad Douglas, uno de los artistas porno más famosos de aquella época. En un cuarto yacía un poeta y en el otro un atleta sexual.  Para mí era como estar entre dioses del Olimpo.

Algunos años después me tocó perder a mi propio hermano, Raúl, a sus cortos 29 años. A Raúl el cito-megalovirus lo dejó ciego y el wasting sindrome se lo fue consumiendo hasta que se me convirtió en un saquito de huesos que no cesó de dar órdenes y de expresar su voluntad hasta el final. Era actor shakesperiano, titiritero  y poeta, y aparece publicado en la antología Poesida, editada por Carlos Rodríguez Matos para la editorial  Ollantay en 1995. Raúl Enrique Martínez Ávila, así se llama mi hermano de madre, que hablaba y escribía en inglés, y que durante sus últimos días se convirtió en un católico ferviente.  Hoy quiero celebrar su vida y compartir con ustedes este corto poema, que él titulóMy true desire:

My insignificance seeks significance
From body to body
From rubber to rubber
From cock to cock
Between cum-stained sheets
In a pair of white cotton briefs
Seeking the exhaustible relief
Groping the dark
Groping in the light
Between my vomit and masturbation
And now during the incubation
Incessantly hoping
Incessantly hoping

For God.


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